Todos recibimos los mismos inputs cuando algo ocurre, es objetivo y racional. El quid de la cuestión es cuando lo analizas e interpretas según tu percepción y experiencia. Lo que llevamos a nuestras espaldas es tan valioso que no solo genera recuerdos, sino que además sabes cómo ver lo que tenemos delante. Es de sabios tomar ejemplo de lo que ocurrió, recordarlo y reflexionar cómo lo gestionaste, cómo te hizo sentir aquello y los efectos que conllevó. La vida es causa-efecto, constantemente e infinitamente. Eso dice la corriente budista, y así lo creo yo también; todo ocurre de algo que pasó anteriormente, son las consecuencias de ello y eso será la causa de algo que pasará en un futuro. Aún no lo sabemos, vivimos en el presente y de nada sirve centrarse en algo que no ha ocurrido.
Es como preparar la receta y cocinar el plato de la semilla que estás sembrando hoy: puede que no germine, que se muera, o puede incluso que se fusione con otra que tiene al lado… No corramos tanto y centrémonos en regarla y darle los cuidados que necesita en el día de hoy, ya veremos en lo que se va convirtiendo y lo que ocurre poco a poco, todo a su debido tiempo. Lo mismo pasa en nuestras, solo que al ser nosotros quienes hemos pulsado la tecla x2, vamos a tanta velocidad que se nos escapan la mayoría de detalles y efectos claros; acelerados e intentando llegar a todo.
Cómo estamos de perdidos, vamos en un rumbo antinatural, perdimos la capacidad de la perseverancia y la paciencia, del estar presentes en el ahora, del escuchar y observar lo que es de verdad para centrar nuestra atención en lo que creemos que va a ocurrir. O más bien diría en lo que queremos que ocurra, porque vaya cómo nos decepcionamos cuando algo no sale como lo esperábamos.
Por muchas cábalas y vueltas que le des al asunto, al efecto de tus acciones, además de frustrarte porque nunca va a salir al 100% de lo esperado, lo único que haces es dejar pasar los minutos — e incluso horas — de tu presente, que es lo único real y certero.