(…) Y eso es lo que nos gusta de nosotros, que valoramos estos pequeños momentos como algo grandioso y hacemos de cada pequeña victoria un nuestro día a día un motivo por el que celebrar. No creo que haya que esperar a hacer un largo viaje o ir a un restaurante carísimo para realmente disfrutar y degustar algo que te apetezca y te haga feliz; pero lo que sí que creo es que hay que cambiar esa percepción de forma individual, está en la voluntad de cada uno el valor que le damos a las cosas que nos ocurren en la vida, tenemos el poder de elegir cómo tomarnos cada pequeño acto que realizamos y cada gesto que recibimos del otro.
Lo que sí puedes escoger son las gafas con las que miras: cuando descubres que en el fondo del cajón de los complementos están las gafas del agradecimiento y te las pones, empiezas a percibir cosas que hasta ese momento habían pasado totalmente desapercibidas en tu día cotidiano.
Y lo mejor de todo esto es que los días están repletos de esas pequeñas cosas inesperadas por las que agradecerle a la vida estar vivos: una sonrisa de un desconocido, unos rayitos de sol en la cara en un día helador de invierno, un saludo del chófer del autobús que coges cada día, un mensaje de alguien preocupándose por ti, el olor de esa flor que tanto te gusta mientras paseas por la ciudad, el primer bocado de tu pato favorito, la sensación al acabar tu clase de deporte cuando hace una hora estabas pensando siquiera si ir, un detalle que te regala alguien un día cualquiera por el simple hecho de ser como eres.
Recuerda sobre todo al principio llevar puestas siempre las gafas de la gratitud; una vez pases tiempo con ellas ya no te harán falta porque ni serás consciente si las llevas o no: serán parte de tus ojos y solo podrás ver la vida de esa forma.