terror
Llevo todo el día con el corazón henchido, y desde hace días con la piel de gallina por todo lo ocurrido en Valencia. Todo lo que sabemos no es más que una leve descripción de lo que vemos en las redes sociales que la gente de a pie enseña y visualiza al mundo, no es más que una capa superficial de la tragedia que tienen que estar viviendo ahí toda es gente que se ha quedado sin casa, sin coche, sin negocios y locales, y lo peor de todo: sin familiares y amigos.
Nadie que no esté ahí puede saber realmente lo que están viviendo, algo que les marcará para el resto de sus vidas. Es el vuelco de la gente y la sociedad, de la solidaridad en ayuda física, en económica con donaciones y en envío de víveres y material el que me emociona más y hace que no pierda la esperanza de bondad en los corazones de las personas. Cualquier cosa ayuda, por pequeña que sea, y ya se está viendo la cantidad de apoyo de todo tipo que la gente está depositando: alimentos y agua a mansalva, camiones de material de limpieza y medicamentos, ayuda psicológica, manos para levantar escombros y hacer llegar electricidad ahí donde hace días la oscuridad lo inundó todo.
Parece algo de película, irreal y lejano, pero es a tan solo seiscientos kilómetros donde ha ocurrido esta catástrofe medioambiental, y tengo claro — llámame pesimista — que es solo el principio del cambio climático que vamos a ver en los próximos años. Todos nos alegramos cuando es noviembre y vamos en manga corta y sandalias por la calle para seguir disfrutando de las terracitas, pero la otra cara de la moneda son estos fenómenos anormales y descontrolados. Y ante la naturaleza nada podemos hacer más que soportar lo que nos hace pagar por el daño que anteriormente le hemos hecho a la Tierra, es el bumerang de la justicia, el ojo por ojo.
De toda esta terrible situación saco la conclusión de que todos somos iguales. De nada sirve tener un coche blindado, un Porsche o uno de tercera mano del año dos mil. Da igual si vives en un piso de 40m2 o en un chalet con piscina, si comes todos los días salmón ahumado y champagne o si te alimentas a base de latas y pasta de marca blanca. Da lo mismo si te gastas miles de euros de vacaciones para recorrer el caribe en un yate o no sales de tu pueblo, ni domotizar tu casa con la última tecnología o tener que bajar las persianas con la cuerda manual.
Al final todos somos iguales, todos somos igual de indefensos ante cualquier acontecimiento que esté fuera del alcance del Ser Humano, todos vamos a morir y todos nos iremos como hemos llegado: con los bolsillos vacíos. Algunos podrán saber aproximadamente cuándo serán sus últimos días y a otros se les arrebatará la vida de forma abrupta, pero al fin y al cabo todos diremos adiós y de aquí a unas décadas nadie se acordará de nosotros.